En los únicos momentos en los que he pensado, carajo, por qué tengo que ser vegana, estoy en la casa de amigas, amigos, conocidos, personas extrañas. Es complicado. Y para mí que aún no puedo eliminar ese sentimiento de culpabilidad al decir no, cómo le dices que no puedes comerte ese rico ají de gallina, oye; no, por supuesto que no, y explico mis razones, pero ya todo me ha puesto nerviosa. Entonces es cuando te ofrecen, no sé, esos fideos que quedaron del día anterior, ricos, por supuesto, tallarines a lo alfredo. Ya te ofrecieron una comida, ahora la siguiente que está claro no puedes comer. Miras el plato, sonríes, levantas el rostro y con una sonrisa de estoy causando problemas, gracias. (Ahora qué hago si no como). La inseguridad se apodera de tus ideas y de lo más poderoso de tu mentalidad. Felizmente tienes a esa amiga o amigo que dice, no, ella no come leche, ni huevo, ni nada que venga de animal. Y si no la hay, sale tu orgullo interior. Nada que provenga de animal, dices, asu, y entonces qué comes. ¿Tienes arroz? Dame arroz, unas cuantas verduras, si tienes papas, ya está, a mí no me importa, y siempre no olvides la sonrisa, es crucial, porque a pesar de sentir que puedes ser una carga y una complicación en ese momento, si lo piensas dos segundos más, no dejarías de ser vegana; no dejarías de luchar por la causa justa, no abandones a los más indefensos. Pero niña, así te va a dar una anemia, te vas a enfermar, cómo obtienes el calcio, las proteínas, dime, cómo. Verduras, verduras, legumbres, menestras, voluntad, todo se puede si quieres lo suficiente. Y así me ataquen, (a veces han sido las ganas de un postre rico) yo sigo vegana, un año y tres días, y déjame invitarte, unas ricas tortas sin crueldad animal cuando gustes, cuando gustes. Si yo no me arrepiento, si yo no me complico y me desespero y maldigo, ¿por qué ellxs se frustrarían?

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